Es ahora cuando las dudas comienzan a surgir y varias voces en el mundo cristiano comienzan a cuestionar el cumplimiento casi universal de las reglas de gobierno por parte de las iglesias
Después de tantas semanas, puede parecer que es algo tarde para que se comente sobre esto, pero es ahora cuando las dudas comienzan a surgir y varias voces en el mundo cristiano comienzan a cuestionar el cumplimiento casi universal de las reglas de gobierno por parte de las iglesias.
Las actuales restricciones afectan profundamente nuestra adoración, nuestra comunión, nuestras escuelas dominicales y nuestro evangelismo en la comunidad. A nadie le gustan o las quiere. Recientemente, un periódico evangélico británico hizo las siguientes preguntas: “¿Deberíamos tener un debate respecto a esto? ¿Estamos haciendo lo correcto? ¿Deberían las iglesias, gobernadas por Cristo, someterse tan fácilmente al Estado – el reino de este mundo?”. El artículo no respondió a la pregunta, pero podría haberlo hecho fácilmente, si tan solo el escritor hubiera hecho referencia a las confesiones de Westminster o la Bautista como una guía en la posición escritural. La respuesta está ahí, en palabras con una simpleza desarmante pero cuidadosamente elaboradas.
El error del escritor fue simplificar demasiado el asunto de dos reinos opuestos: el de Dios y el del mundo. Ciertamente, parecía pensar, la iglesia no debería cambiar sus actividades por orden del mundo. El mundo no puede ser puesto por sobre el señorío de Cristo sobre su Iglesia.
Los lectores pueden estar al tanto de que hay una muy bien conocida iglesia en California que ha razonado en los mismos términos y ha reabierto los cultos de adoración sin mascarillas o distanciamiento social durante la cuarentena. Su pastor ha articulado el mismo argumento: ¿Acaso no hay dos gobiernos: el mundo y la iglesia?; y ¿no deberíamos nosotros afirmar la obediencia al gobierno de Cristo, y rehusarnos a permitir que nuestros cultos de adoración habituales sean interrumpidos?
En primer lugar, por favor permítanme leer una o dos frases de la Confesión Bautista de fe de 1689:
“Dios, el supremo Señor y Rey del mundo entero, ha instituido autoridades civiles para sujetarse a él y gobernar al pueblo para la gloria de Dios y el bien público… Habiendo sido instituidas por Dios las autoridades civiles con los fines ya mencionados, se les debe rendir sujeción en el Señor en todas las cosas lícitas que manden, no sólo por causa de la ira sino también de la conciencia; y debemos ofrecer súplicas y oraciones a favor de los reyes y de todos los que están en autoridad”.
Los dos textos clave que prueban estas palabras en la confesión son Romanos 13:1-7 y 1 Pedro 2:13-18, y hay otros también. Dios ha implementado el gobierno y el orden civil para que todos lo obedezcan, incluyendo su pueblo. Él ha puesto en los corazones de la raza humana, incluso en su estado caído, el desear gobierno y orden, y da poder a las autoridades civiles. En asuntos relacionados con el cuerpo, la ley y el orden, la defensa y bien público, incluyendo la salud pública, Dios gobierna a su pueblo redimido junto con todo el resto del mundo por medio del gobierno civil. Es un agente del gobierno de Dios. Por lo tanto, es una seria simplificación el decir: “solo existe la iglesia y el mundo”. Esto ignora los dos grandes textos.
Hace muchos años, conocí a un hombre de negocios rico quien, a pesar de ser un cristiano, estaba bastante orgulloso del hecho de que pagaba menos impuestos. Me dijo que declaró inapropiadamente sus acciones para que sus contadores bajaran sus impuestos, y reconocía que esto era ilegal. Naturalmente, le desafié, pero estaba preparado con una defensa. “Me siento libre de hacerlo”, dijo, “porque los impuestos son la ley del César”. Se había convencido a sí mismo que los cristianos no están bajo el Estado, sino bajo Cristo. Este era un caso extremo, pero el punto está claro: para asuntos de orden público, bien público y salud pública, “toda persona”, dice Pablo en Romanos 13, está bajo el César.
Sí, por supuesto, en la Biblia está la imagen de dos reinos y nosotros creemos y defendemos esto. Cristo reina sobre su iglesia directamente en asuntos de creencias doctrinales, el contenido de la adoración, conducta moral, disciplina e ideología. Pero eso no es la imagen completa, pues también se nos enseña en las Escrituras que Dios gobierna los asuntos civiles a través de autoridades civiles, y los cristianos están sujetos a ellas.
Varias revistas recientemente han reimpreso la conocida “Pregunta 109” del puritano Richard Baxter (en Christian Ecclesiastics, 1665), la cual representa la postura tradicional cristiana. “¿Podemos omitir las asambleas eclesiásticas en el día del Señor si los magistrados las prohíben?”. En general, las respuestas son: “Si el magistrado, para lograr un bien mayor, prohíbe las asambleas de la iglesia en tiempos de peste, asalto de enemigos, o incendios, o una necesidad similar, es un deber obedecerle”. Por otro lado, “Si los príncipes prohíben profanamente las asambleas sagradas y el culto público… como una renuncia a Cristo y a nuestra religión, no es correcto obedecerlos formalmente”.
La suspensión de las reuniones públicas por parte del gobernante debe ser imparcial, aplicarse por igual a toda la sociedad, no solo a las iglesias, y debe ser sólo por un período de tiempo, o intuiremos que se restringe la fe y se persigue a la iglesia. Entonces tenemos que adoptar una actitud firme. Esta ha sido siempre la posición de la mayoría de los protestantes.
En Inglaterra actualmente hemos vuelto a reunirnos en las iglesias (desde el 5 de julio), pero estamos limitados porque no podemos cantar, usamos máscaras faciales y debemos mantener el distanciamiento social, pero esas reglas se aplican en toda la sociedad. De hecho, volvimos a reunirnos mucho antes de que se permitieran reuniones a algunos otros. Creo que el último fin de semana de agosto fue la primera vez que se permitió a una multitud asistir a un partido de fútbol, y eran sólo 2 500 personas. Esto, a pesar de que el gobierno obtiene un ingreso considerable por esa actividad, y se podría pensar que se esforzarían por apoyar el deporte nacional más que las iglesias.
Otros grupos también han tenido un trato aún más duro que las iglesias. El gobierno recientemente anunció que si la reanudación de la educación lleva a un “alza” en Covid-19, los pubs y bares tendrían que cerrar de nuevo para reequilibrar la lucha contra el virus. No hubo mención (en esta etapa) de que las iglesias también tendrían que cerrar. No parece haber una acción injusta hacia las iglesias y la proclamación del Evangelio.
Puede ser que los hermanos a los que se hace referencia en California hayan sufrido algún tipo de desigualdad o injusticia muy grandes en la forma de cuarentena, y por lo tanto tienen derecho a protestar (primero por acción legal). Pero no sería un argumento válido decir, como parecen decir, que estas restricciones son la ley de César y no tienen autoridad sobre la iglesia. La declaración de esta iglesia dice abiertamente, “Cristo, no César, es la cabeza de la iglesia”, lo cual deja de lado la postura histórica al respecto, sonando más como una idea anabaptista.
Como cristianos estamos sujetos a límites de velocidad, restricciones de construcción, e incluso cuarentenas de emergencia como el resto de la sociedad. Damos gracias a Dios que hay formas alternativas de proclamar la Palabra y ministrar a personas en el corto plazo.
Si las restricciones del coronavirus se vuelven poco razonables, o demasiado largas, o desiguales, ese sería el momento de protestar. Tal como están las cosas, las iglesias no deberían comportarse como una comunidad mimada. No estamos sufriendo un estado de guerra, como en la Segunda Guerra Mundial, cuando todos los hombres menores de 41 años estaban fuera de casa hasta cinco años. No tenemos que ir en secreto a las catacumbas, como los creyentes de antaño, para adorar a Dios. Lo que estamos llamados a hacer, en común con todos los demás, es sostenible, y algo con lo que podemos trabajar, y alabamos y damos gracias a Dios.
Romanos 13:1 dice: “Sométase toda persona a las autoridades superiores”. Se ha sugerido que este es un deber de los individuos, y no necesariamente de las iglesias, pero esta es una distinción imposible. “Toda persona”, se aplica a todos, salvos y no salvos. Pablo dice del estado: “Porque no hay autoridad sino de parte de Dios”. Recordamos que en la época en que Pablo escribió, los gobernantes eran idólatras, déspotas y tiranos como Nerón. Sin embargo, él dice: “De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste”. Esto es muy serio, hemos de pensar dos, e incluso muchas veces, antes de ir contra el estado. Pablo va más allá, diciendo: ” y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos”. El griego dice juicio, disciplina o castigo (del Señor).
Un poco más adelante leemos (en el versículo 5), “Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo [por temor al castigo civil], sino también por causa de la conciencia”. Nuestras conciencias deben estar afinadas de tal forma que nos demos cuenta de que estamos desobedeciendo a Dios si desobedecemos al Estado.
Hay excepciones en las Escrituras. Si las autoridades públicas tratan de detener completamente la proclamación de la Palabra, entonces obedecemos a Dios en lugar de a los hombres. Si intentan cambiar nuestras doctrinas y nos dicen que debemos abogar por el matrimonio entre personas del mismo sexo, o enseñar la evolución a los niños, entonces obedecemos a Dios en lugar de a los hombres. Y si interfieren con los estándares morales o las doctrinas de la Palabra o la proclamación del Evangelio, obedecemos a Dios en lugar de los hombres. En los capítulos 4 y 5 de Hechos, los apóstoles toman una postura muy clara respecto a tales asuntos.
En 1 Pedro 2:13 leemos: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana”. Y luego Pedro dice (v 15): “Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos”. La gente de fuera de la iglesia está dispuesta a “saltarnos encima” si la iglesia no mantiene las restricciones. “Miren a esa gente egoísta”, dirán, “no les importa cuánta gente esté infectada, o cuántos puedan morir”. El Señor dice, no debemos dar esa oportunidad a los que no son creyentes. Nosotros obedecemos. “Honrad a todos […] . Temed a Dios. Honrad al rey”.
Cuán sucintamente Calvino explica las cosas en su comentario sobre 1 Timoteo 2:1-2:
“Él [Pablo] menciona expresamente [la oración por] los reyes y otros magistrados, porque cristianos podrían llegar a odiarlos más que todos los demás. Todos los magistrados que existían en aquel tiempo eran enemigos jurados de Cristo; y por eso tal vez pensaban que no debían orar por los que dedicaban todo su poder y todas sus riquezas a luchar contra el reino de Cristo, cuya extensión está por encima de todas las cosas deseables. El apóstol se encuentra con esta dificultad, y encarece expresamente a los cristianos que oren también por ellos. Y, en efecto, la depravación de los hombres no es una razón por la que no debemos amar la ordenanza de Dios. Por consiguiente, viendo que Dios nombró magistrados y príncipes para la preservación de la humanidad, por mucho que no cumplan tal designio divino, no debemos por ello dejar de amar lo que pertenece a Dios, y más bien debemos desear que siga vigente. Por eso los creyentes, en cualquier país que vivan, no sólo deben obedecer las leyes y el gobierno de los magistrados, sino también en sus oraciones suplicar a Dios por su salvación”.