Deudas mutuas en el matrimonio

Cristo ha pagado nuestra deuda eterna. ¡Cuán dispuestos tendríamos que estar ahora a pagar las deudas que debemos a la persona que Dios nos ha dado para el peregrinaje de nuestra vida! Aquí tenemos el concepto bíblico del matrimonio cristiano.

“El marido pague á la mujer la debida benevolencia; y asimismo la mujer al marido” (1 Corintios 7:3) RV1909.

El apóstol Pablo está respondiendo preguntas que la iglesia de Corinto le ha hecho. Lo podemos ver en sus palabras: “En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer”.
   Evidentemente una de las preguntas era: “¿Es mejor no casarse?”. Quizás otra era: “¿Debería existir abstinencia sexual entre cristianos casados?”. No podemos decir exactamente cuáles fueron las preguntas, pero la respuesta de Pablo sugiere que tenían que ser algo así.
    Cuando dice que sería bueno que el hombre no tocara mujer, nos damos cuenta de que se está refiriendo al matrimonio. No dice que sea mejor no casarse, o que permanecer soltero sea un estado superior, sino solamente que es bueno y aceptable a los ojos de Dios. Después muestra que el estado de soltero puede tener muchas ventajas para el servicio al Señor. Es bueno, saludable y a menudo es una situación maravillosa y necesaria y, desde luego, lo fue para alguien como el apóstol Pablo.
     Como apóstol, y viviendo en tiempos difíciles, viajaba de sitio en sitio constantemente y nunca estaba en ningún lugar por más de tres años, y después se iba y muy frecuentemente su estancia en cualquier lugar era mucho más corta. Pablo constantemente tenía que hacer frente a  persecución y oposición. ¿Podemos imaginar la angustia mental de su esposa si hubiera estado casado? Constantemente habría estado ansiosa; y su pobre corazón casi partido conforme el apóstol aguantaba todo el rigor de su labor. Cuando hubiera estado de vuelta a casa, en qué condición tan alarmante se encontraría a veces después de palizas crueles y tratamiento violento.
      ¡¿Qué estamos diciendo?! ¿“Cuando hubiera estado de vuelta a casa”? Él no tenía un hogar. Aquel cuyas palabras han sido atesoradas por billones de creyentes a lo largo de la era cristiana no tenía ningún lugar del cual pudiera decir que era suyo. Dondequiera que iba, dependía de la hospitalidad; y a veces incluso vivió al aire libre. Cuando consideramos las adversidades de la vida distintiva de Pablo, vemos que el no estar casado era para él un acto necesario de compromiso hacia el Señor.
       Si no estamos casados, el Señor nos sostendrá y bendecirá poderosamente. Así que el apóstol declara por inspiración de Dios que el estado de soltero es uno noble que el Señor bendice.
       Pero entonces Pablo dice: “pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido”. Desde luego, la condición más normal es estar casado. Nunca sea prohibido el matrimonio, dice el apóstol en 1 Timoteo. Advierte que en los últimos días, se levantará gente que prohibirá el matrimonio. Son falsos maestros que enseñan doctrinas de demonios y sacan sus ideas de espíritus engañadores, y con hipocresía hablan mentira. Pablo dice estas terribles cosas acerca de la gente que prohíbe o desalienta el matrimonio.
       Aunque puede parecer que el apóstol está diciendo que el estado de soltero es superior al matrimonio, claramente no es así. El matrimonio es algo que Dios ha decretado, y es la condición general de hombres y mujeres; y así lo enseña Pablo, pero enfatiza que ambos estados, tanto el de casado como el de soltero, son bendecidos por Dios.
       Notamos que Pablo dice que el matrimonio está ahí con el fin de evitar la fornicación, pero en otras partes de las Escrituras da otras razones mucho más grandiosas para ello. Aquí simplemente establece un propósito moral obvio, pero lo hace en una forma muy hermosa mediante una explicación curiosa.
       Este es uno de los casos en los que no solo tenemos que leer sino también “oír” sus palabras: “pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido”. Las dos últimas frases utilizan casi las mismas palabras y, mediante esto, Pablo hace hincapié en una característica central del matrimonio. ¡Piense en esto!: poseer “su propia mujer”, “su propio marido”. Ella le pertenece a él, y él le pertenece a ella. El uno es para el otro una posesión valiosa; una posesión que se debe valorar, estimar, apreciar y amar. “Su propio […] su propia” para cuidarle. Mi único(a) esposo(a).

En Génesis 2 leemos cómo Eva fue creada del costado de Adán, y él dijo estas palabras: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne”. ¿Pensamos que solo estaba hablando desde un punto de vista biológico, realizando una observación física obvia? ¿O nos damos cuenta de que aunque utiliza el lenguaje de un hecho biológico literal, en realidad está expresando sus más profundos sentimientos? No es meramente una observación biológica, sino lo que realmente piensa de Eva.
   Y mientras que esto no es una verdad literal para nosotros, los maridos y las mujeres deberían ser capaces de decir el uno del otro: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Estas palabras expresan la cercanía de la posesión. “Las preocupaciones de mi esposa y sus dolores son míos, tal como si realmente lo fueran”. “Las preocupaciones de mi esposo y sus dolores son míos, tal como si realmente lo fueran”.
  

Los jóvenes especialmente deberían ser conscientes de que el grado excesivo de “roce” hoy en día es algo nuevo…

Antes de continuar con las deudas mutuas en el matrimonio, debemos comentar las palabras “bueno le sería al hombre no tocar mujer”. Aunque esto es un eufemismo para el matrimonio, al mismo tiempo contiene literalmente verdadera sabiduría. Tenga cuidado de la “cultura” moderna. Los jóvenes especialmente deberían ser conscientes de que el grado excesivo de “roce” hoy en día entre hombres y mujeres es algo nuevo; nunca fue así antes.
   Hasta hace poco, los hombres no tocaban a una mujer excepto para estrecharle la mano. Pero la cultura degradada y carnal de los últimos años ha introducido cada vez más un toqueteo entre hombres y mujeres fuera del matrimonio.  

Abrazarse, sentirse y besarse es ahora una característica normal de nuestra sociedad. Ya no es solo una afectación de los famosos y los hombres de negocios, sino que también se extiende a los políticos y a cualquiera en la mira pública. Sin embargo, el respeto tradicional por el sexo opuesto considera todo este toqueteo como impropio, descortés, e incluso rayando lo ordinario. Es demasiado confianzudo y también sumamente imprudente. Creemos que mucha gente se toquetea con el sexo opuesto inocentemente, suponiendo que solo están mostrando un comportamiento amistoso; pero muchas personas lo hacen para obtener excitación carnal, y afirmamos que el enunciado de Pablo contiene sabiduría literal.  

En el pasado, en las culturas de los países con una fuerte influencia cristiana, el toqueteo confianzudo con el sexo opuesto era visto como algo irrespetuoso, insolente e indecoroso, y también nosotros deberíamos considerarlo así hoy en día. Si las personas se comportan con demasiada liberalidad en estas cuestiones, muchos pronto caerán (y caen) en el pecado de tener malos pensamientos.

   Pasamos ahora a otro enunciado intencionalmente largo del apóstol, las grandes palabras “El marido pague á la mujer la debida benevolencia; y asimismo la mujer al marido” (RV1909). ¿Qué es exactamente “la debida benevolencia”? This is the translation of the martyr William Tyndale, which, like much of the New Testament, was adopted by the King James translators.
     La palabra “debida” se refiere literalmente a una deuda que se tiene que pagar, o a un deber. Lo que se debe es benevolencia, una palabra que no se encuentra en algunos manuscritos antiguos, pero incluida firmemente en el Texto Mayoritario, y en el Texto Recibido del Nuevo Testamento griego. Algunas versiones modernas de la Biblia se precipitan en omitir la palabra, con su tendencia a “empobrecer” la traducción. Al hacerlo, logran que el pasaje entero hable acerca del sexo y de las relaciones sexuales. El mundo (y los periódicos sensacionalistas), cuando habla acerca del matrimonio, tiende a hablar solo del sexo, pero la Biblia habla acerca de asuntos más profundos también. Y así ocurre en este capítulo siete de 1 Corintios, donde el apóstol no llega a las relaciones sexuales sino hasta después de que ha hablado acerca de cómo el hombre y la mujer se poseen el uno al otro y pagan un deuda mutua de benevolencia. La Palabra inspirada pone estas cosas importantes y valiosas justo al principio, porque el matrimonio es mucho más que una relación sexual, tan importante como pueda ser.
     La debida benevolencia es una deuda de buena voluntad, o de amabilidad en acción. La versión inglesa New King James (nueva versión del Rey Jaime) mantiene la idea de benevolencia, excepto que debilita la palabra un poco al sustituirla por “afecto”. Esto no es lo suficientemente fuerte, porque el afecto puede ser solo una emoción, pero la benevolencia es una emoción que se expresa activamente en acciones amables.
   Tenemos una deuda de ofrecer una actitud amable y acciones amables y debemos pagarla. Nuestra deuda o deber bíblico contiene al menos siete aspectos, y si alguno de nosotros no lo estamos pagando, entonces pecamos contra el Señor.

Compromiso exclusivo

   El primer elemento de esta obligación séptupla es muy obvia: es un compromiso exclusivo. El matrimonio es un pacto que incluye promesas que se tienen que cumplir. Hemos hecho votos y promesas de absoluta seguridad en un compromiso exclusivo, y no debe haber traición, por pequeña que sea, bajo ninguna circunstancia. Todas las tentaciones de falta de respeto o aversión entre sí tienen que ser expulsadas inmediatamente, y los malos pensamientos se deben sustituir por buenos pensamientos. Considerar que otra persona fuera un esposo o esposa más adecuado(a) o deseable sería escandaloso y malvado, y no se tiene que cavilar ni por un momento. Tenemos una deuda y deber vinculantes ante Dios de permanecer leales el uno para con el otro a lo largo de la vida, y las únicas razones para la interrupción de esta deuda son aquellas nombradas en las Escrituras.
   Parte de ser leales incluye un profundo respeto el uno por el otro y por nuestra unión, y esto significa que nunca hablamos del otro a una tercera persona en relación a asuntos personales y privados, ni  hacemos comentarios críticos. Nunca nos traicionamos o nos ponemos en evidencia. Algunas personas lo hacen, pero son muy insensatas, comportándose como mundanos superficiales. Se quejan acerca de su marido o su mujer, incluso acerca de cosas bastante íntimas, y cosas que siempre deberían mantenerse estrictamente entre ellos, y hablan a  terceras personas muy a la ligera. Esta es una forma de traición que debilita enormemente la unión que Dios ha dado y es un abandono del deber de fidelidad.

El deber de cuidado mutuo

   La segunda obligación en nuestra deuda séptupla es el deber bíblico de cuidado mutuo. Tenemos que cuidarnos el uno al otro. A veces algunas buenas personas, cuando llevan casadas varios años, se olvidan de cuidarse el uno al otro, y especialmente si ambos son bastante fuertes y capaces. Dejan que el otro se valga por sí mismo y continúan con sus vidas, no poniéndole mucha atención al otro. Esto no es suficiente, porque tenemos un deber de cuidarnos de forma considerada y amorosa. Tenemos un deber de protegernos, alentarnos y confortarnos siempre que sea necesario, ayudándonos en nuestras diferentes tareas. A menudo puede que se ayude muy poco al otro.  Puede que haya atención, apreciación, entendimiento y colaboración insuficientes.
   Este deber de cuidado incluye esfuerzo para potenciar los dones del otro para el servicio al Señor, lo cual hemos incluido más adelante en el artículo.

El deber de amar

   La tercera obligación en esta deuda séptupla es el deber de amar. Debemos hacer todo lo que sea necesario para mantener viva la llama del amor. El amor no es una emoción automática que sobrevive por sí misma, sino una que debe ser ejercitada y expresada, y si no se hace, pronto se enfría.
   “Maridos, amad a vuestras mujeres”, dice el apóstol repetidamente en Efesios 5. ¿Estamos expresando amor? ¿Lo estamos comunicando? Si no es así, no estamos pagando nuestra deuda y somos culpables ante Dios. En el mundo la gente puede que diga: “Ya no le quiero”, como si no lo pudieran evitar, y su matrimonio ha terminado. Pero el amor es en gran manera una elección y, a menos que algún gran pecado intervenga, nunca se debería permitir que el amor decaiga y fracase.
       El amor comienza con apreciación y cortesía inagotable. Después pasa a un gran afecto y actos de amabilidad. Después valora y atesora su objeto, y reflexiona sobre él de forma que el lazo sagrado de posesión pueda ser forjado. Nunca debe dejar de ser expresado de esta forma.
        A los maridos se les manda amar a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia, el cual es un amor sacrificado; un amor que nunca cesa de bendecir activamente. 

Si pensamos demasiado acerca de nuestros problemas y desgracias, o nuestros hobbies y placeres, no nos quedará mucha energía emocional para amar a nuestra esposa o esposo…  

Para mantener vivo el amor, ciertos pecados específicos, como la autoindulgencia, deben ser evitados. Si pensamos demasiado acerca de nuestros problemas y desgracias, o nuestros hobbies y placeres, o nuestros objetivos e intereses, no nos quedará mucha energía emocional para amar a nuestra esposa o esposo. De igual forma, la autocompasión drena todas las reservas de un sentimiento real por otra persona. Puede ser que una persona haya llevado una vida dura con muchas desgracias, pero si tal persona no raciona firmemente la reflexión, y en vez de ello cae en un lamento constante, el amor por la otra persona no podrá prosperar.
        El orgullo también estropea el amor porque pone en el centro de su vida a la propia persona, de forma que nadie más importa mucho. Toda emoción disponible es gastada en la suerte y fortuna, logros o reveses del “número uno”. Malgastar la “divisa” de la emoción es ser incapaz de amar verdaderamente. (Los lectores se darán cuenta de que estamos usando el lenguaje poéticamente y no científicamente).

El deber de cuidado espiritual

   Nuestra cuarta obligación en esta deuda séptupla es el de cuidado espiritual. Dios nos hará responsables del nivel de cuidado espiritual que damos, y esto comienza con oración el uno por el otro, y la oración comienza con alabanza. Si sinceramente alabamos a Dios y le agradecemos por nuestro esposo o esposa, es muy poco probable que tengamos sentimientos de amargura, tontos y egoístas, el uno por el otro. Deberíamos percibir lo bueno del otro tanto como sea posible, y orar por bienestar, bendición espiritual y salud; y también por felicidad y éxito en el trabajo, la crianza de los hijos y el servicio por el Señor. Agradezca a Dios por el primer amor y por cada bendición importante que hayan vivido juntos en el transcurso de la vida. Después lean la Palabra juntos y hablen de cosas espirituales.
      Esposos, esposas, ¿hablan de cosas espirituales? Puede ocurrir muy fácilmente en un matrimonio que, después de unos pocos años, conocen lo que piensan tan bien que no tienen nada más que decirse y, por consiguiente, su conversación se queda restringida a las necesidades terrenales. Sin embargo, tenemos una deuda, un deber de fomentar un buen interés espiritual y conversaciones al respecto. Esto puede abarcar temas y doctrinas específicas; o las necesidades de la causa de Dios ya sea en nuestra propia iglesia o nacionalmente, o en el extranjero; o puede ser acerca de tendencias a las que tenemos que responder en oración; o sobre nuestros propios esfuerzos de evangelizar a ciertas personas e interceder por ellas. Sobre todo, tenemos que alentarnos el uno al otro a tener dedicación y devoción a Cristo, y a apreciar su poder y sus propósitos.

El servicio espiritual del otro

Nuestra quinta obligación en esta deuda séptupla es posibilitar o potenciar el servicio espiritual del otro. Un marido debe decir: “Tengo que facilitar el servicio espiritual de ambos”. Pablo dice: “Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres”, y se está dirigiendo tanto a ciudadanos libres como a esclavos. Está claro que Pablo no está queriendo decir que los esclavos abandonen a los amos a quienes pertenecían, sino que como siervos dispuestos de Cristo, su prioridad máxima, cualquiera que sea la situación, es estar a su servicio.
       “Servimos” a nuestros jefes en el lugar de trabajo, a nuestras familias, y en nuestros hogares, pero la prioridad principal tanto del marido como de la mujer es servir a Cristo. A menudo el marido está involucrado en el servicio al Señor y está muy ocupado; es bendecido, enormemente apreciado y se siente realizado. Pero, ¿y la esposa? ¿Qué es lo que ha hecho el marido para posibilitar que ella sea útil al Señor aparte de cuidar a la familia? Tenemos un deber de ayudarnos el uno al otro en esto, y de no negar al otro el propósito mismo de su salvación.
       A veces ni el marido ni la mujer son útiles al Señor porque han querido demasiado del mundo material, quizás un coche o una casa demasiado caros, o una posición muy alta en la vida, de forma que toda su energía y esfuerzo son dedicados a los negocios, al avance y a acumular cosas. Tienen una muy buena posición económica, pero ninguno está sirviendo al Señor, o quizás solo uno porque no han buscado el objetivo correcto. Si no hubieran sido tan ambiciosos, o atraídos por el avance en este mundo habrían sido capaces de dedicar más tiempo en buscar formas de servicio cristiano en la iglesia. ¡Cuánto más felices habrían sido! Es mucho mejor estar al servicio de Cristo que tener tal posición vertiginosa en la vida.
       Los maridos deberían decir: “Mi principal finalidad es facilitar el servicio cristiano para ambos, no solo para mí”. Si bien el Señor ha ordenado que el marido sea el cabeza de familia, tanto el marido como la mujer son iguales ante Él, y uno no debería descartar el servicio del otro o ser indiferente al mismo.

Un deber de agradar

   Nuestra sexta obligación en esta deuda séptupla es el de agradar el uno al otro. “¿Hago feliz a mi mujer o marido?” Esta es una parte esencial de la benevolencia que es debida. “¿Hago que la vida sea agradable? ¿Doy compañerismo y amistad, al decir buenas cosas y traigo buenas nuevas y hablo de cosas gratas y reconfortantes?”.
   “¿O estoy en el otro extremo, tan ocupado que no le dedico al otro ni un minuto de mi tiempo o de mis pensamientos, y rara vez hablamos de un modo sustancial o alentamos los sentimientos del otro o sus aspiraciones?”.¡Esto sería terrible! Preguntémonos: “¿Concedo amistad o causo malos estados de ánimo a mi esposa o esposo?”.
   Las parejas, desde luego, comparten las cargas, y esto es una de las bendiciones y los privilegios del matrimonio. Pero esto no se debe hacer todo el tiempo porque sería intolerablemente egoísta. Si un marido descarga sus problemas y miedos perpetuamente, y siempre está quejándose y refunfuñando, o si su esposa lo hiciera, la vida no sería nunca agradable, y el uno nunca sería una persona grata para el otro. Se tiene que racionar cuántos problemas se comparten. Piense en algo bueno, para variar; en algo agradable. Nunca piense en los achaques por mucho tiempo. Si puede, lleve la carga con la ayuda del Señor y no espere que el otro tenga que llevar la carga injustamente. Recuerde que tenemos un deber mutuo de alentarnos, de animarnos el uno al otro, como una deuda debida en el matrimonio.

Un deber de moldear

   Nuestra séptima obligación en esta séptupla deuda mutua debida en el matrimonio es el deber de moldearnos el uno al otro. Por favor recuerde que es un deber de moldearse entre sí. Si el moldear se produce en una sola dirección, entonces es una imposición, una carga pesada y una experiencia desagradable. Si él siempre está corrigiéndola, o ella siempre le está corrigiendo, y no es una actividad mutua, hecha con cuidado, es probable que produzca arrogancia en uno y resentimiento en el otro. Tenemos que influir en el comportamiento del otro con cortesía, amabilidad y gentileza, y moldear y dejarnos moldear con mansedumbre.
   Martín Lutero bien llamó el matrimonio: “la escuela de carácter”, y lo es. ¿Somos demasiado orgullosos como para aceptar consejo o ayuda de nuestro esposo o esposa? ¿O nos quejamos del comportamiento del esposo o la esposa debido a un mal genio o a una impaciencia irrazonable? El moldeamiento se debe llevar a cabo con paciencia porque          la mayoría de las quejas que las personas tienen entre sí no se deberían tener, sino que se deberían cubrir con amor y olvido.

Oremos para deshacernos de este orgullo en el matrimonio, pues daña de forma devastadora, y aprendamos a amar

   Normalmente existe una gran diferencia entre el marido y la mujer con respecto a sus dones y a la manera como piensan. Tienen sus puntos fuertes en diferentes áreas, y tienen personalidades diferentes. Obviamente necesitamos tenernos gran afecto y gran paciencia el uno con el otro. Si uno se siente irritado constantemente por el otro probablemente se deba al orgullo; un horrible e intolerante orgullo que no reconoce los dones, las capacidades,  sensibilidades y el discernimiento del otro, y que no puede adaptarse a variedades humanas razonables. Oremos para deshacernos de este orgullo en el matrimonio, pues daña de forma devastadora, y aprendamos a amar incluso aquellas imperfecciones de actitud y forma de pensar percibidas que son sin malicia.

Nuestro aliciente

     Deudas, deberes y obligaciones son la esencia de nuestra debida benevolencia. Note de nuevo cómo Pablo de forma deliberada utiliza una forma torpe de palabras: “El marido pague á la mujer la debida benevolencia; y asimismo la mujer al marido” (RV1909). Es una deuda recíproca.
       Concluimos con otra referencia a 1 Corintios 7:23: “Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres”. Aquí tenemos el gran incentivo para pagar nuestras deudas mutuas, para que así nuestra unión matrimonial pueda ser profunda, hermosa e instrumental al servicio de Cristo. Éramos esclavos del pecado y le pertenecíamos. Éramos esclavos del diablo y nos controlaba. Éramos esclavos de condenación y del infierno; esclavos de una corrupción dentro de nosotros cada vez mayor; y de ideas falsas y retorcidas. Éramos esclavos de tragedia y pérdida, y aun así Dios nos sacó de todo eso y nos compró.
        Suponga que tiene un negocio que no es una sociedad de responsabilidad limitada, de modo que es incapaz de escapar de las deudas. Es totalmente suyo pero la empresa ha fracasado y se ha hundido en una deuda grave. Está a punto de entrar en bancarrota y perder su empresa, su hogar; todo. Pero entonces alguien viene (esto nunca ocurriría en la vida real) y solo porque usted le da lástima, le dice: “Le compro su empresa”. Su empresa no vale nada, debe demasiado; pero su benefactor le dice: “La compro por el valor de su deuda, por grande que sea, de forma que su historial crediticio quede limpio. Sé que estoy pagando mucho más de la cuenta por la empresa; pero no solo la compraré, sino que le daré mejores instalaciones y la pondremos en marcha de nuevo, no importa lo que cueste”.
        “Pero he fracasado”, respondería usted, “mi empresa ha sido un absoluto fracaso”. “Aun así”, insiste el benefactor, “le rescataré”.
        Cristo ha pagado nuestra deuda eterna. A través de la valiosísima sangre de Cristo hemos sido liberados de condenación y se nos ha dado una vida nueva, mucho mejor, y un glorioso hogar eterno. Cuán dispuestos ahora deberíamos estar a pagar las deudas que debemos a esa persona que Dios nos ha dado para el peregrinaje de nuestra vida: nuestra propia esposa o nuestro propio marido. ¿Estamos cumpliendo nuestras obligaciones? Que el Señor nos bendiga y nos capacite para hacerlo.