Estos son días trascendentales en los que nos encontramos en medio de una “disciplina” o advertencia mundial de Dios, la cual nos llama a reconocerlo y buscarlo. Y aunque pensarlo nos estremezca, es por eso que ocurren todas las catástrofes inesperadas, ya sea epidemias, inundaciones o grandes incendios. La Biblia dice que estas cosas sucederán más a menudo en los “postreros días”, cuando el ateísmo abunda y las personas en general no piensan en su Creador ni en orar a Él. Una advertencia de Dios no es como el juicio final, sino una expresión del amor de Dios que insta a las personas a volverse a Él, mientras que el juicio final cerrará por fin la puerta de la misericordia de Dios a aquellos que se aparten de Él. Una advertencia no es permanente, y Dios le ha dado a la humanidad la habilidad de que, con el tiempo, pueda controlarla. Pero una advertencia en forma de catástrofe nos detiene y nos humilla, recordándonos que solo somos personas, y que estamos en las manos de Dios y debemos darle cuentas.
Definitivamente, el coronavirus nos ha sacudido más que cualquier otra catástrofe de generaciones recientes. La estrategia relativamente lenta de los altos científicos del Reino Unido pronto dio paso a medidas radicales ya que el virus desafió todas las predicciones. La poderosa China se sacudió alarmada; el sombrío régimen de Irán quedó atónito; Europa muy pronto salió disparada apresurándose a cerrarlo todo, y los Estados Unidos de América, que “todo lo pueden”, ahora se encogen de miedo como todos los demás.
A medida que avanza la pandemia, ciertas características importantes se hacen evidentes. Los ancianos (como el escritor de estas líneas) son los que tienen mayor riesgo: es decir, aquellos que han tenido la oportunidad de honrar a su Creador toda una vida (y tal vez no lo han hecho). Parece que el virus le dice a las personas más jóvenes: “os queda una oportunidad: no menospreciéis la paciencia del Señor”. Recordemos que si bien Dios es amor, también es santo y justo.
Tal vez esta no sea la última advertencia o disciplina, aunque su “indignación” completa aún no se ha manifestado. Los cristianos están orando para que aquellos que sufren tengan alivio y se sanen, y estamos presenciando muchos actos de bondad entre las personas, pero es vital que prestemos atención al mensaje y al significado de esta pandemia. Su propósito es llamarnos al perdón y la reconciliación con Dios, acudiendo al Salvador, Jesucristo nuestro Señor, quien ha abierto el camino de salvación al sufrir y morir por personas pecaminosas en la cruz del Calvario. Si confía en Él, se arrepiente del pecado y entrega su vida a Él, recibirá de Él una vida nueva y eterna.
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