Hace tres mil años un destacado rey señaló el camino para conocer a Dios, diciendo ¡temblad! (sobrecógete o estremécete o asómbrate con respeto reverencial); pero ¿qué es sobrecogerse?
Recuerdo un joven adolescente que fue a ver las Cataratas del Niágara y quedó sobrecogido por la fuerza de esa poderosa cascada de agua y paralizado de miedo, sintió realmente el peligro y magnificencia de la cascada. Después, bajó a la parte inferior para ver caer el agua desde atrás, y no pudo dejar de hablar sobre esto durante días. Eso es sobrecogimiento.
A menudo, gente joven que asiste por primera vez a un funeral siente muy profundamente la seriedad e irrevocabilidad de la muerte, sintiendo sus implicaciones eternas. Eso es sobrecogimiento.
Acampando de joven en la Isla de Wight, una noche, ya tarde, deambulaba por el acantilado de Brading con un grupo de amigos enfrascados en una bulliciosa conversación. De repente, un terrorífico rayo cruzó el agua del canal, y una tormenta descomunal se produjo como a kilómetro y medio de donde estábamos, causando incluso que el acantilado temblara. Usualmente bulliciosos, nos sentamos y miramos durante una hora, sumergidos en total silencio. Eso es sobrecogimiento.
Para buscar a Dios debemos comenzar estando sobrecogidos por nosotros mismos, preguntándonos: ¿Quién soy?
Para buscar a Dios debemos comenzar estando sobrecogidos por nosotros
mismos, preguntándonos: ¿Quién soy? El hecho es que somos de inmensa
importancia porque poseemos almas eternas, y con ellas poseemos el potencial de tener comunión con Dios. Estamos muy por encima de los animales, y el subestimarnos a nosotros mismos es el error de cálculo más grande posible.
A diferencia de los animales, tenemos el poder de raciocinio y una conciencia moral. Tenemos la habilidad de amar de una manera mucho más sofisticada que los animales, y somos capaces de tener tremenda creatividad.
Tenemos dominio de lenguaje y un instinto de la eternidad. Somos seres sumamente privilegiados y tenemos la responsabilidad que va acorde a este estatus.
En pocas palabras, estamos a miles de kilómetros por encima del reino animal, y es imperativo que reconozcamos esto y que apartemos de nuestras mentes ideas triviales e indignas sobre lo que es el ser un humano. Por el bien de nuestras almas, debemos parar, pensar y asombrarnos de nosotros mismos.
Recientemente leí sobre un hombre, un industrial influyente, que tuvo una experiencia en sus primeros años de vida que ilustra el sobrecogimiento. Sus padres murieron en un bombardeo aéreo en la segunda Guerra Mundial cuando apenas tenía dos años. Su padre había sido muy rico, y en su testamento dispuso un fideicomiso para la educación del muchacho. Estando en el internado, siempre fue un muchacho alegre y despreocupado que no tomaba nada particularmente en serio, hasta que a la edad de dieciséis, le llamaron para ver a los abogados que administraban su fideicomiso.
Un abogado le sentó y le dijo que a la edad de dieciocho heredaría una inmensa fortuna. Estaba profundamente impactado pues no tenía idea de que su padre hubiera sido tan rico y hubiera tenido tanto éxito. Cogiendo el tren de vuelta a la escuela, llegó a su cuarto ya entrada la noche. Cuando sus amigos le vieron pensaron que había estado envuelto en un accidente, pues estaba blanco como la nieve.
Durante varios días apenas hablaba, pues una pregunta le rondaba en la cabeza todo el tiempo: ¿Quién soy? Asombrado por el descubrimiento de su fortuna, le sobrevino una extraña carga de
responsabilidad. ¡Si tan sólo pudiéramos obtener este tipo de asombro cuando nos damos cuenta de que somos creados por Dios con almas eternas y el potencial para conocerle!
La siguiente parte vital para buscar a Dios es tener un gran respeto reverencial y temor de Él, y entender quién es Él.
La siguiente parte vital para buscar a Dios es tener un gran respeto reverencial y temor de Él, y entender quién es Él. Si fuéramos a ver a un rey o un primer ministro o al presidente de un país, no le buscaríamos en una cabaña, sino en
el palacio o residencia oficial, y debemos buscar divisar a Dios en Su revelación: la Biblia. En ella se nos enseña que Dios es infinito, eterno, todopoderoso y omnisciente (todo lo sabe).
Nos preocupamos por el calentamiento global, especialmente cuando escuchamos que el más grande ecologista británico, Sir James
Lovelock, insiste en que Londres y Liverpool estarán debajo del mar en los próximos 100 años, tal vez 50. ¿Cuál es la verdad respecto a
esto? El hombre puede especular y adivinar, pero tan sólo Dios sabe exactamente lo que pasará, porque Él es soberano y sabe todo lo que ha pasado y todo lo que habrá de suceder.
Si tan solo pudiéramos notar su poder e invencibilidad, le respetaríamos más. Pero también debemos darnos cuenta de que es Santo
y perfecto, que odia la maldad y que es absolutamente
firme en Su justicia y castigo por el pecado. Sin embargo también es Amoroso y Misericordioso, listo para perdonar a todos aquellos que abandonen su indiferencia para con Él y que confíen en el Salvador que Él ha enviado.
Dios es uno sólo y sin embargo, misteriosamente, Él es tres Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La segunda Persona de la Trinidad, Cristo el Hijo, ha venido a este mundo a redimir almas perdidas. Sabemos bien que Cristo asumió un cuerpo y personalidad humanos para ser hombre y Dios al mismo tiempo, para ser el Salvador de una perdida raza humana. Vivió una vida perfecta y luego permitió que Se le arrestara y ejecutara en la cruz, donde Él pagó un precio más allá de nuestra comprensión por nuestra salvación. Dios Padre cargó en Él toda la culpa de todos los que habrían de confiar en Él y le castigó a Él en lugar de ellos. Él (Jesús) sufrió un castigo eterno e indescriptible comprimido de alguna manera en el espacio de unas cuantas horas, haciendo así expiación (pagando) por gente pecadora y perdida.
¿Acaso no deberíamos estar sobrecogidos en admiración y reverencia (“temblad”como lo dice el Rey David) ante tal Salvador? Debemos ver el plan de salvación de Dios tan claramente que quedemos asombrados por su bondad y sobrecogidos en respeto reverencial.
Pero para tener el perdón de Dios, debemos estar sobrecogidos (“temblad”) también en otro sentido. Necesitamos ver nuestra condición de pecado y condenación ante los ojos de un Dios Santo y estar avasallados y hasta atemorizados por ello. Necesitamos darnos cuenta de que somos hombres y mujeres marcados porque Dios sabe todo sobre nuestros pecados y el estado de nuestros corazones. Le hemos ofendido, hemos roto sus leyes y hemos vivido para nosotros mismos, despreciándole y haciéndole a un lado. Es por eso que estamos condenados por Él, de modo que no podemos ser ayudados por Él en esta vida presente y perdemos el derecho a la felicidad eterna en la siguiente. Si tan sólo pudiéramos estar sobrecogidos y alarmados (“temblad”) ante estas cosas y pudiéramos ver nuestra desesperada necesidad de perdón, entonces podríamos sinceramente pedirle a Dios que nos bendijera.
“Temblad” dijo David, agregando “y callad” (estar tranquilo, quieto). No huyas de Dios al ofenderte por ser llamado pecador condenado, sino maravíllate de que Cristo halla muerto en la cruz para tomar el castigo por tu rebelión, mentiras, orgullo, avaricia, incredulidad, egoísmo y todos tus otros pecados. Dios ofrece perdón y vida nueva, libremente y gratuitamente, a todos los que cambian de dirección hacia Cristo, arrepintiéndose de sus vidas pasadas y confiando solamente en lo que Él ha hecho para expiar (pagar) por el pecado.
Entonces, debemos sobrecogernos ante nosotros mismos y por cómo hemos sido creados, pero ante todo, debemos estar sobrecogidos en reverencia y temor a Dios, analizando quién es Él y lo que Cristo ha hecho por nosotros. Y debemos estar sobrecogidos en el sentido de estar avasallados y atemorizados al darnos cuenta de nuestros pecados y sus consecuencias.
Nunca nadie ha sido convertido sin este tipo de “sobrecogimiento o estremecimiento” (temblor) que les cause venir al Señor. Después, cuando el Señor escucha nuestra oración, sentimos un nuevo tipo de sobrecogimiento, el de estar sorprendidos porque encontramos una nueva vida, nuevas actitudes, felicidad nueva, y una nueva experiencia de comunión con Dios. Cuando le conocemos y sabemos que responde nuestras oraciones, nos sobrecoge aún más la realidad de la conversión.
* El rey David dijo: “¡Temblad!” en el Salmo 4 versículo 4.