Tres principios infringidos en la adoración a Dios – I – ¿Adoración Espiritual o Estética?

EL ESTILO DE ADORACIÓN de “música cristiana contemporánea” ha capturado un sinnúmero de congregaciones de todo matiz teológico alrededor del mundo, aunque no sin muchas batallas. Algunas veces la controversia ha llegado a ser tal que ha sido apodada “las batallas de la adoración”. Como regla general, la principal estrategia usada por los defensores de la nueva adoración ha sido reducir el debate a una cuestión de gustos, estilos y generaciones.

“Los tradicionalistas” son acusados algunas veces de tener una negativa egoísta a ajustarse a una cultura cambiante. Hasta han sido llamados los fariseos de la Iglesia del siglo XXI, y se les ha acusado de ser culpables de obstruir un gran movimiento progresivo de la gente de Dios forzando división sobre cosas no esenciales. A pesar de todo, un gran número de iglesias todavía continúan firmes en contra de estas nuevas alternativas, creyendo que grandes principios están en peligro.

El problema con la retórica de aquellos que abogan por una nueva adoración es que no parecen reconocer y mucho menos discutir los principios de adoración históricos y bíblicos. Es como si en la Biblia no hubiera casi nada acerca de la adoración. Es como si la Reforma jamás hubiese reformado la adoración, expresando claramente grandes conceptos acerca de cómo deberíamos aproximarnos al Dios viviente. Es como si las definiciones fundamentales sostenidas a lo largo de los siglos se hubieran hecho invisibles e inexistentes. ¿Dónde han ido a parar estos principios vitales e invaluables? ¿Por qué casi nunca se habla de ellos? ¿Los defensores de la nueva adoración los evitan intencionadamente o sinceramente los desconocen? Lo que sí es cierto es que es una situación asombrosa el que pasen inadvertidos tan fácilmente.

La generación de creyentes de sesenta años o más recuerda que estos principios eran todavía enseñados en su juventud, pero hoy en día ya no. Las nuevas definiciones de adoración que han aparecido jamás hubieran sido aceptadas hace tan solo 50 años, puesto que son definiciones que rompen los principios centrales de una adoración cristiana protestante y evangélica, llevándonos de vuelta a un pensamiento católico y medieval. Estos capítulos identificarán tres desviaciones principales con respecto a estándares bíblicos (recogidos en la Reforma) típicos de todo el movimiento moderno de adoración. (Una cuarta desviación  aparece en el capítulo 13).

Las iglesias que han adoptado canciones y música de adoración moderna de una manera moderada, deben tener en cuenta los errores profundamente significativos que dominan a los escritores y compositores del nuevo género. Los usuarios moderados de la nueva adoración se adhieren a una filosofía de adoración radicalmente desviada y así enseñan a su gente (posiblemente inconscientemente) a aceptar ideas de la pre-Reforma y con el tiempo, la escena contemporánea a gran escala. Esto no es una cuestión teórica y compleja: es sencilla y vital. Tenemos que saber lo que la adoración debería ser y debemos evaluar el nuevo estilo a la luz de los principios dados por Dios.

Tres principios infringidos
I – ¿Adoración espiritual o estética?

La desviación principal es la adopción de una adoración estética, prefiriéndola al requisito del Señor de que la adoración debe ser exclusivamente “en espíritu y en verdad” (véase Juan 4:23-24). “En espíritu” hace la adoración un producto del corazón y del alma. La adoración estética, por el contrario, es la idea de que las cosas que son hermosas, artísticas o hábilmente ejecutadas deben ser ofrecidas como una expresión de adoración a Dios. Está basada en la noción de que no solo adoramos con pensamientos espirituales procedentes de nuestras mentes y corazones, sino también con las habilidades creativas de nuestras manos y nuestros intelectos. 

Los adoradores estéticos creen que la alabanza genuina necesita una dimensión “física” mayor que un mero canto al unísono. Suponen que Dios es un “esteta” que se sienta en los cielos y mira con apreciación la habilidad y belleza que traemos ante Él. Podemos traerle música emocionante, arreglos audaces, instrumentalismo brillante y canciones excelentes y esto le agradará. Podemos adorar (se piensa) no solo con palabras con gran significado, sino también con ofrendas sin palabras.

Esto es de inmensa importancia, porque la idea estética de adoración es totalmente opuesta a los estándares de nuestro Salvador (Cristo Jesús) y es la misma esencia del catolicismo medieval. La iglesia de Roma con todas sus misas, imágenes, procesiones, naves inmensas, vidrieras, túnicas costosas y coloridas, música rica, cantos gregorianos y procedimientos complejos hace una ofrenda de adoración a través de estas cosas. Toda su teatralidad es un acto de adoración que se cree que es agradable a Dios. Los gigantes espirituales de la Reforma volvieron a la Biblia y acogieron unánimemente el principio de que la adoración verdadera son palabras inteligentes (y de las Escrituras) ya sean dichas, pensadas o cantadas, llevadas por la fe al oído de Dios. Es verdad que algunas cosas del “teatro” romano permanecen en las iglesias episcopales, pero en términos generales, los ritos, ceremonias, imágenes y todo lo que representaba una ofrenda virtuosa ha sido erradicado.

Creemos que el Señor nos confía música e instrumentos para acompañar el canto de alabanzas, pero estos, de hecho, no pueden transmitir adoración pues son secundarios. No están hechos a la imagen de Dios, ni tienen almas ni tampoco son redimidos. El escritor moderno de himnos Eric Routley estaba totalmente errado cuando escribió las siguientes líneas (las cuales quería que fueran tomadas literalmente):

¡Gozosamente, de corazón, resonando!
        Que cada instrumento y voz…
         Trompetas y órganos entonen
         Tales sonidos que hacen los cielos repicar.

Un antiguo himno anglo católico, escrito por Francis Pott, tocó el mismo punto estético con las siguientes palabras:

Arte de los artesanos y un poco de música,
        A combinar para tu placer.

El enunciado popular recientemente acuñado de que la adoración es “una celebración de palabras y música” también rompe el principio fundamental de que la adoración tiene que ser exclusivamente “en espíritu y en verdad”. Las palabras y los pensamientos son el todo en la adoración. La música tan solo puede ayudar a nivel práctico, pero no puede ser usada para expresar adoración. El creer que sí puede es caer en el trágico error de la adoración estética. El canto del pueblo de Dios debe ser grande y glorioso en términos de fervor y esfuerzo, pero son las palabras y el corazón de los adoradores lo que Dios desea. Todo adorno innecesario es una ofensa para Él. En primer lugar porque Él no lo ha pedido, en segundo lugar porque es una “mejora” insolente en lo que Dios ha establecido y en tercer lugar porque es una poderosa distracción a la adoración espiritual. ¿Suena esto extraño? Hoy en día tal vez sí, pero hace cincuenta años y también en los tiempos de la Reforma prácticamente todo cristiano hubiera dicho esto muy enfáticamente.

La adoración estética ha inundado las iglesias evangélicas protestantes pues la gente ha sido persuadida de que deben expresar gran parte de su adoración a través de la música y la instrumen­tación, e incluso a través del baile y de otros movimientos del cuerpo y también el drama.

Un defensor notable de las nuevas alternativas ha definido la adoración como “el descubrimiento de la voluntad de Dios a través de encuentros e impactos”. No se ofrecen tan solo representaciones instrumentales y canciones como expresiones meritorias de adoración, sino que también se dice que de la misma representación uno obtiene alguna forma de revelación de Dios. Esto es seriamente creído por algunos de los principales arquitectos y promotores de la nueva adoración. ¿Acaso se dan cuenta de los errores místicos que hay detrás de estas nuevas maneras de adoración los evangélicos que adoptan parcialmente sus materiales? Hablando sin rodeos, la adoración estética es una gran zancada de vuelta a Roma y no tiene lugar alguno en la verdadera iglesia del Señor Jesucristo. Esta pone en duda y arruina la adoración espiritual y es contraria a toda instrucción de adoración del Nuevo Testamento. Al evaluar la nueva adoración debemos hacerlo a la luz de aquellos principios bíblicos recuperados (por la gracia de Dios) en el tiempo de la Reforma, el primero de ellos siendo que la adoración es espiritual y no una representación estética. En la Reforma la simplicidad, la inteligibilidad y la fidelidad a la Biblia reemplazaron el misterio imponente y pompa de Roma. Bien se ha sido dicho que la misa estéticamente espléndida dio paso al alma entendida.

 ¿Por qué sucedió todo esto? Los defensores de la nueva adoración parecen no saber. Saben que la Reforma cambió enseñanzas doctrinales, pero parecen no saber porqué cambió también la manera de adoración. ¿Acaso los defensores de la nueva adoración piensan que es solo una cuestión de generaciones? ¿Tienen una imagen de Lutero, Calvin, y los demás mártires protestantes como jóvenes que tan solo querían una nueva cultura? ¿Acaso creen que todo era tan solo una cuestión de gustos? La verdad es, por supuesto, que los reformadores acabaron con la adoración sensual de Roma y rechazaron habilidades y belleza como una expresión válida de adoración. (También recha­zaron el “exaltamiento” de supuestas experiencias espirituales a través de cosas que cautivaban los ojos y los oídos, pero se hablará de estas más tarde).

¿Cómo ha sucedido que tantos cristianos evangélicos han adoptado la idea de que la adoración incluye una ofrenda de belleza y destreza? La razón más obvia es que el así llamado “movimiento para el crecimiento de las iglesias” ha adoptado el entretenimiento musical como el método principal utilizado para atraer personas externas a la iglesia y esa música tiene que ser justificada como parte de la adoración. Y además, en los Estados Unidos aún los seminarios teológicos y colegios cristianos más sanos han aumentado grandemente sus departamentos de música y sus cursos para “líderes de adoración”. Inevitablemente, el papel de la música y el uso de complejos  programas de adoración han aumentado aún en círculos más conservadores. Muchas iglesias han adquirido tanto ministros de música como líderes de adoración profesionales, y ¿cómo podrían funcionar estos hermanos altamente entrenados si no sintieran que todo su conocimiento y creatividad de alguna manera forman parte de una ofrenda de adoración eficaz?

En la adoración bíblica solo una ofrenda cuenta y esta es la que el eterno Hijo de Dios hizo una vez y para siempre en la cruz del Calvario. Ninguna cosa aparte del Calvario debería enseñarse como una ofrenda aceptable o como de algún valor meritorio de adoración. Nuestros pensamientos y palabras no son una “ofrenda” sino más bien expresiones de alabanza, acción de gracias, arrepentimiento, súplica, dedicación y obediencia, todas hechas aceptables por el Calvario.

De hecho, los escritores que promueven la nueva adoración usan un lenguaje que describe a Dios como si fuera un espectador satisfecho por una “representación” (“representación” es el término que ellos usan). Dicen explícitamente que Dios es la audiencia. Algunos de estos escritores proveen ilustraciones de estadios en sus libros, en los que la iglesia, con su coro y orquesta, está ubicada en la cancha, y la Palabra de “Dios” está inscrita alrededor del área de las gradas; y parecen estar muy complacidos con este panorama.

Es conveniente puntualizar que C. H. Spurgeon en sus días, no que­ría tener un órgano en el Tabernáculo Metropolitano de Londres porque notó cómo algunas de las iglesias más grandes se habían dejado llevar por sus magníficos instrumentos y por las grandes cualidades de sus organistas. Estaban complaciendo los oídos de la gente  (como Spurgeon solía decir) con cosas musicalmente hermosas que no eran himnos. Le preocupaba que la gente fuera a la iglesia para ser entretenida en vez de para adorar; y peor aún, notó cómo la música, con su habilidad y hermosura, podría ser considerada por sí misma como un acto de adoración y una ofrenda a Dios. Hoy en día el Tabernáculo Metropolitano de Londres usa un órgano, pero siempre lo mantenemos bajo ciertos límites de manera que solo provee un acompañamiento y no se convierte en un medio de adoración. De esta manera expresamos la misma convicción acerca de la adoración que “el príncipe de los predicadores”. Por ejemplo, jamás diríamos que el órgano “enriquece” la adoración; si bien disciplina el canto y mantiene el tono, sabemos muy bien que en términos espirituales no puede contribuir en nada.

Sin embargo, la adoración contemporánea es totalmente estética en práctica y propósito. Dios es la audiencia y los adoradores los artistas. Hábil instrumentalismo es parte de la ofrenda de adoración. Insistimos pues que muchas iglesias evangélicas han vuelto a Roma de esta manera, pero de hecho, la han superado en complejidad y cantidad de decibeles. En el comienzo de la historia del mundo, la ofrenda de Abel fue aceptada por el Señor porque era exactamente el acto que Dios había mandado: “una ofrenda humilde que representa la necesidad de redención”. La ofrenda de Caín, sin embargo, fue rechazada porque representaba su propia habilidad, labor y arte. Era una ofrenda de “obras”. El alardear nuestras habilidades ante Dios, como un acto de adoración, es realmente más parecido a la ofrenda de Caín que a la de Abel. 

Los cristianos que han comenzado a degustar esta nueva adoración preguntan a veces: pero, ¿qué haremos con nuestros talentos si no los podemos expresar en adoración? Y he aquí el meollo del asunto. La adoración no es el ejercicio de nuestros talentos, sino el ejercicio de nuestros corazones y mentes. Para mucha gente esta es la genialidad perdida de la adoración; el principio que se ha perdido de vista de que la adoración no es una representación de belleza o de dones y habilidades personales hacia Dios, sino la comunicación del alma con Dios a través solamente de los méritos del Señor Jesucristo y del poder del Espíritu Santo. La adoración no es una actividad estética. Por cierto, el deseo de “expresar nuestros talentos” en adoración abre la puerta al elitismo, porque no mucha gente tiene dones musicales. ¿Cuál va a ser el límite? Si alguien tiene el “don” de tocar la gaita y otra persona el de jugar algún deporte, ¿vamos a incluirlos también en la adoración?

Volvemos a preguntar, ¿cómo es que los evangélicos han caído en este cambio de vista tan dramático? Pues, hemos sido entorpecidos por un número de prácticas que han servido como el principio de algo que tiene terribles consecuencias. Hemos notado que algunas características de antes de la Reforma han sobrevivido aún en iglesias reformadas, es decir, remanentes del teatro, vestuario y espectáculo del catolicismo. Todo esto ha sido mantenido en iglesias anglicanas (excepto en las denominadas iglesias “bajas”) con un efecto permanente que socava, causando que buenas personas pierdan de vista una definición de adoración espiritual clara y concisa.

A través de los años, las iglesias no conformistas también han adoptado inconsistencias complacientes. Así, antífonas hermosas interpretadas por coros vinieron a ofrecer una contribución cada vez mayor a la adoración estética. Solos musicales en los cultos parecían suficientemente inofensivos y edificadores si los que adoraban seguían las palabras. Pero muy seguido estos solos se transformaron en solos instrumentales, de manera que a las congregaciones se les daban canciones sin palabras y se les enseñaba que esto era un acto de adoración. Tales prácticas han ayudado lentamente a reducir el concepto bíblico de adoración de tal manera que el pueblo de Dios ha ido perdiendo gradualmente los conceptos básicos. Hoy en día, estos conceptos han quedado en el olvido, y el juicio de los creyentes se ha confundido completamente. Más recientemente, la simplicidad está siendo presa de un ataque a gran escala mientras que se exalta la expresión de dones personales.

Tal vez se argumente que la adoración en el Antiguo Testamento estaba llena de acciones y arte ordenadas por Dios y que tal adoración no puede ser descalificada hoy en día. ¿Cómo podemos negar la virtud adoradora de la música y la canción ejecutada maestralmente? Pero resulta que no es cierto que los cultos en el Antiguo Testamento incluían obras de belleza y habilidad como expresión directa de adoración. Tanto el simbolismo en el diseño del Tabernáculo y del Templo, como las ceremonias realizadas por los sacerdotes representaban el trabajo de Cristo por ellos. Estas cosas representaban lecciones, no vehículos de adoración y fueron dadas como sermones visuales y no como actos meritorios. Eran imágenes dadas por Dios a modo de enseñanza de la salvación por gracia. La gente observaba y confiaba, mas su respuesta personal de adoración tenía que ser espiritual y de corazón. La verdadera adoración siempre ha sido una cuestión del corazón. Instamos una vez más a los lectores a considerar este punto principal de la adoración, porque la manera en que adoramos no es una cuestión cultural, de gusto o generación, sino más bien una cuestión de reglas dadas por Dios. Los principios cuentan. El gran enunciado que aparece en la Confesión de fe de Westminster y en la Confesión de fe Bautista del siglo XVII está en contra de todo lo que está sucediendo hoy en día: 

“La manera aceptable de adorar al Dios verdadero es instituida por Él mismo; y está por tanto limitada por su voluntad revelada, para que no sea adorado de acuerdo a la imaginación e instrumentos de los hombres…”. 

 Tal vez ayude concluir estas páginas de ¿Adoración Espiritual o Estética? con una simple pregunta. ¿Por qué querría la Iglesia incrementar o elaborar su instrumentación tradicional y cambiar su estilo de adoración? Si la respuesta es “para enriquecer nuestra adoración y expresar nuestros dones” entonces mostrará que el principio de “espíritu y verdad” se ha perdido y que el viejo error estético se ha introducido en nuestra iglesia.