A TERCERA DESVIACIÓN FUNDAMENTAL con respecto a los principios bíblicos de adoración es la negativa moderna para aceptar el gran abismo entre lo sagrado y lo profano, de tal manera que se están importando las formas de entretenimiento del mundo a la iglesia para alabar a Dios. Hasta hace poco, este escritor usaba el término «adoración de estilo mundano» para describir esto, pero le faltaba precisión. La gente con razón preguntaba ¿qué es exacta- mente lo mundano? ¿Un estilo musical —o un instrumento— no es adecuado para la adoración solo porque el mundo lo usa? No, lo que lo hace inadecuado para el uso espiritual es que el mundo lo usa para promover una agenda anti Dios y antimoral.
La palabra «profano» enfoca la cuestión con más claridad. Ser profano es tratar cosas bíblicas y sagradas con irreverencia o indiferencia al punto de vulnerarlas y contaminarlas. ¿Es la música clásica mundana o profana?
En general no. Puede que sea una música bella, que no se identifique ni promueva una cultura o un mensaje anti Dios y antimoral. ¿Y son las viejas canciones de folclore profanas? Con frecuencia no. Generaciones en escuelas primarias de una era más moral cantaron muchas de ellas de manera inocente (nótese, por favor, que este último comentario se refiere a las viejas canciones folclóricas y no del género nuevo).
¿Y es el entretenimiento moderno profano? Sin duda que sí, porque se trata de la cultura más poderosa y determinada a ser anti Dios, antimoral y anti autoridad que ha habido en siglos. Es profano porque trata las cosas morales y sagradas con suma irreverencia e indi- ferencia; condena de forma activa y militante la moralidad bíblica, sustituyéndola por lo opuesto; promueve descarada y vigorosamente una sociedad alternativa, incluyendo también la adoración egocéntrica y de lujurias y concupiscencias como algo normal, razonable y acep- table, y ésta es su posición incuestionable en la mente del público.
Por esta razón, el nuevo movimiento de adoración está en extremo mal y peca contra Dios cuando toma prestados y emplea todos los componentes distintivos de la cultura popular de entretenimiento moderna. La adoración actual es una identificación artística total con esa cultura y es contraria a la exhortación de 1 Juan 2:15-16:
No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
De igual forma, la adoración moderna abusa de la advertencia paralela de Santiago 4:4:
¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
El Señor nos llama a acatar sus estándares; Él resistirá, es decir, no bendecirá a aquellos que se ponen a sí mismos por encima de la palabra. Esto está claro en Santiago 4:6, donde inmediatamente después de la prohibición de la amistad con el mundo, se da la adver- tencia a los ofensores: «Dios resiste a los soberbios».
La necesidad de distinguir entre lo sagrado y lo secular, entre lo sagrado y lo profano, entre lo espiritual y lo mundano siempre ha sido un principio que ha gobernado entre los verdaderos cristianos. Claro que la «cultura» de la casa de Dios deber ser de gozo y, sin embargo, al mismo tiempo debe honrar los valores reverentes de adoración bíblica. Hasta la década de 1960, la mayoría de los evangélicos creían que la iglesia y el mundo representaban estándares, tipos de vida y gustos opuestos, por lo que la mayoría de las jovialidades populares del mundo se trataban con gran sospecha y desconfianza. La adoración espiritual nunca debería haberse confundido, mezclado o ni siquiera manchado con la finalidad degradante de la gama de entretenimiento popular, porque uno pertenecía al ámbito de las cosas sagradas y el otro al ámbito de las cosas seculares o profanas. Todos estaban convencidos de que nuestro Dios todopoderoso estaría ofendido y creían que los pecadores perdidos no podrían ser llamados fuera del mundo por una iglesia que había adoptado su estilo de vida y los valores del entretenimiento. Era sabido, virtualmente por todo cristiano serio, que emplear para la adora- ción algo que estaba con claridad asociado con, o que había surgido de una cultura alternativa de sexo libre, impiedad, drogas y orgías emocio- nales, sería mucho peor que inapropiado, sería pecaminoso.
Los cristianos del pasado reciente pudieron ver que dos mundos y reinos diferentes estaban en total y absoluto contraste el uno con el otro, siendo las iglesias las que defendían la soberanía y santidad de Dios. Estas representaban lo santo y lo elevado, por lo que renunciaron a la ayuda de un mundo carnal y su estilo, y dependieron del poder de Dios; de ahí que tuvieran poder espiritual en su adoración y no el «poder» carnal del entretenimiento y del sentimentalismo. Como si se estuviera probando las convicciones de los creyentes, surgieron los movimientos cristiano mundano y hippy; en principio, la mayoría de los evangélicos conservadores quedaron horrorizados, pero con rapidez numerosos líderes de grupos de jóvenes, iglesias superficiales y también algunos evangelistas internacionales que habían llegado a anteponer la atracción terrenal a los estándares de Dios adoptaron las nuevas tendencias.
Hoy en día hay muchos que han olvidado que el padre de los fieles, Abraham, fue llamado a salir de la cultura de un mundo pagano para vivir de una forma por completo distinta para el Señor. Asimismo, los hijos de Israel en el desierto fueron severamente juzgados por anhelar de nuevo los productos alimenticios de Egipto, aunque estos no eran en sí pecaminosos, pero Dios había provisto algo especial para ellos. El Señor estaba enseñando a su iglesia a ser un pueblo distintivo. Bajo la ley de Moisés, se enseñó a las personas a distinguir entre lo santo y lo pecaminoso de muchas formas, y entre lo limpio y lo inmundo, aunque esto significara la prohibición de cosas no intrínsecamente malas, para grabar así en ellos la ley de distinción y separación. Los verdaderos cristianos han creído a lo largo de los siglos —como Pablo dijo— que estas cosas «para nuestra enseñanza se escribieron».
A través del Antiguo Testamento existen innumerables ejemplos de la ira divina contra cualquier forma de mezcla con la cultura de las naciones de alrededor para la adoración. En los tiempos de Nehemías, un necio y corrupto sumo sacerdote le dio a Tobías el Amonita una cámara en el Templo. Nehemías entonces arrojó «todos los muebles de la casa de Tobías fuera de la cámara» y limpió a fondo toda el área. La misma limpieza es necesaria hoy en el templo de adoración cristiana. La reprobación de Dios a Israel (Ezequiel 22:26) se aplica en parti- cular en estos días:
Sus sacerdotes violaron mi ley, y contaminaron mis santuarios; entre lo santo y lo profano no hicieron diferencia, ni distinguieron entre inmundo y limpio; y de mis días de reposo apartaron sus ojos, y yo he sido profanado en medio de ellos.
Unas palabras gloriosas al final de la profecía de Zacarías hablan de manera figurativa acerca de la adoración de la iglesia del Nuevo Testamento y cómo aún en la campanilla de los caballos estarán grabadas las palabras «SANTIDAD A JEHOvÁ», y las ollas en la casa serán tan sagradas como los tazones del altar; nada profano ha de invadir. Ya sea que consultemos el Antiguo o el Nuevo Testamento, se demanda pureza y separación en la adoración. Debe existir una distin- ción marcada entre lo sagrado y lo secular. Mientras que la cultura de este mundo siga representando de una manera inconfundible el vivir en la carne, los creyentes la deben rechazar. La principal corriente evangélica histórica siempre ha tomado esto con mucha seriedad. Los fundadores y edificadores de prácticamente todas las iglesias evangé- licas existentes antes de 1960 se aferraron con ahínco a la distinción entre lo espiritual y lo mundano; y esos ministros y evangelistas, con sus ancianos y su gente, estarían todos horrorizados por lo que está pasando hoy en los lugares que ellos originaron. ¿Estaban equivo- cados? ¿Estaban bíblicamente mal informados? ¿Eran tontos o estaban patéticamente esclavizados a una mera tradición?
Los promotores de la nueva adoración presentan de forma constante el absurdo argumento de que los himnos «tradicionales» de la actua- lidad fueron alguna vez novedades polémicas que ganaron aceptación con el tiempo. Según ellos, pronto se aceptará el nuevo estilo de las canciones de adoración como parte del panorama. En otras palabras, los defensores de los himnos tradicionales están haciendo un alboroto ingenuo e insignificante. Asimismo, se alega que muchos himnos «tradi- cionales» fueron en su origen música de taberna o canciones de sala.
Esta afirmación intenta oscurecer el hecho de que los verdaderos cristianos del pasado distinguían con mucho cuidado entre lo sagrado y lo profano. ¿Y acaso son ciertas estas afirmaciones que escuchamos tan a menudo? La respuesta debe ser expresada con claridad y sin rodeos, porque la desinformación es peligrosa en un asunto tan importante como este. Estos cargos son históricamente absurdos. Aquellos que los repiten, han confiado en una fuente ignorante o maliciosa que no era digna de su respeto. Nos gustaría rastrear estas afirmaciones hasta sus orígenes, pero parece imposible. Lo que importa es que son del todo incorrectas; son mitos muy vendidos.
Por ejemplo, se escucha la pulla de que Lutero usaba música de taberna y melodías de baile para sus himnos. Se dice que su música tenía mucha influencia del entretenimiento secular de ese tiempo y que la adoración del nuevo estilo no es peor que eso. ¿Tomó prestado Lutero del mundo secular de su alrededor? Esta acusación no es verdadera. A través de la historia de la iglesia, se ha tenido gran cuidado con el uso de la música. Lutero amaba la música y quería que la gente la cantara.
En su día, introdujo el canto congregacionalista de himnos y quería que los himnos tuvieran melodías excelentes. Antes de la Reforma, la iglesia de Roma no tenía canto ninguno por parte de la congregación. La gente solo escuchaba tales cosas como los cantos gregorianos junto con otras cosas representadas por los monjes y coros especiales.
Lutero mismo era compositor y también adaptador de otros trabajos. Leemos en el trabajo de Robert Harrell, Martin Luther: His Music, His Message (Martín Lutero, su música, su mensaje), que Lutero escribió treinta y siete corales, de los cuales él mismo compuso quince y trece fueron derivados de música existente en la iglesia cató- lica. Otros cuatro se tomaron del folclore religioso alemán. Solo uno de entre los treinta y siete vino de música folclórica secular, lo cual no justifica en absoluto la idea de que Lutero se sirvió de recursos secu- lares. Y en el caso de esa única canción tomada del folclore secular, se argumenta que el mundo secular había robado esa melodía de la iglesia y Lutero lo único que hizo fue reclamarla —no sin antes haberla adaptado y saneado.
A los promotores de la nueva adoración les encanta citar a Lutero diciendo: «¿Por qué el diablo debe tener todas las melodías bonitas?». Lo que ellos no les dicen a sus oyentes es que Lutero hablaba de la música de la iglesia católica y no de la música de taberna. No estaba interesado en robar del mundo de su alrededor. Si se daba el raro caso de que se usara una melodía secular, se cambiaba de manera radical; qué más podríamos esperar del reformador que escribió:
Ten especial cuidado en rechazar mentes perversas que prostituyen este hermoso don de la naturaleza y del arte con sus despotriques eróticos, y ten la plena certeza de que ningún otro sino el diablo mismo los incita a desafiar su naturaleza misma… Roban el don de Dios y lo usan para adorar al enemigo de Dios.
Resulta claro que Lutero creía que la música tenía que identifi- carse con su fuente y usuarios. Fue el mundo de esos días el que robó a la iglesia para obtener una línea melódica para una canción de bar subida de tono, no al revés. Como hemos observado, es obvio que no sería una violación de la distinción entre lo sagrado y lo profano tomar prestado de esferas relativamente inocentes de música secular, como lo era el viejo género de música folclórica. Pero, hasta ahora, jamás se han traído o modelado las melodías de los himnos mediante ningún lenguaje musical asociado a una oposición agresiva hacia la autoridad de Dios y la moral bíblica. Lutero afirmó con denuedo que nunca había usado una canción de bar o una melodía de baile. La gente lo acusa de un «crimen» del que hubiera estado horrorizado. Y repetimos, es una acusación no sustentada por la historia.
En su libro, England Before and After Wesley (Inglaterra antes y después de Wesley), J. W. Bready nos habla acerca del gran aviva- miento del siglo XVIII diciendo:
Los himnos y coros celestiales no contenían rastros de chovinismo vociferante o ruido sincopado; no tenían relación con la algarabía y frenesí del jazz moderno o con la insipidez del canturreo román- tico. Por el contrario, esta nueva tendencia en los himnos […] se expresó en música a la vez lírica, solemne, conmovedora y dulce.
¿Acaso la adoración evangélica se reinventa a sí misma cada ciertas décadas al adoptar nuevos himnos y formas musicales que son contro- versiales al principio, pero que pronto se convierten en el statu quo? Sí, contestan los defensores de la nueva adoración con mucha labia, pero con poca sinceridad. Pero supongamos que cualquiera de los lectores solo visitara una librería de segunda mano de su área y tomara algún viejo himnario. Tal vez haya libros del siglo XVIII allí. Al tomarlos y examinarlos, puede que le sorprenda ver cuántos de los himnos le son familiares. Estos conforman la columna vertebral de los himnarios conservadores de hoy. Si está familiarizado con los nombres de las melo- días de los himnos —los cuales están por lo general escritos arriba de los himnos—, se dará cuenta de que la mayor parte de estos nombres aún conforman la mayoría de las melodías de los himnarios modernos. Es de remarcar lo estable que la escena de adoración ha sido a través de muchos años. Esto se debe a que la iglesia de Cristo ha tenido por mucho tiempo su propia cultura de himnos y melodías para estos; los cuales se crearon para adaptarse a una alabanza reverente, inteligente y de corazón, mantenida muy separada del mundo de profanidad.
Es cierto que han aparecido de vez en cuando muchas nuevas «corrientes» con diferentes énfasis en la colección tradicional de himnos, tales como los himnos afectivos y subjetivos de escritores estadouni- denses de finales del siglo XIX. Pero estos casi siempre han mantenido la línea y se han mantenido alejados de la música profana y mundana. Si bien han agregado a los principios que hay detrás de los himnos evan- gélicos, nunca los han traicionado. Es sobremanera triste ver cómo este testimonio, que se ha sostenido y basado con firmeza largamente sobre principios bíblicos, es despedazado por un «revisionismo histórico» deshonesto y superficial. Los argumentos y burlas de los promotores de la nueva adoración son equivocados e incluso escandalosos. Es una gran vergüenza ver a gente buena siendo engañada por ellos.
Una declaración importante acerca de la nueva adoración apareció en un artículo de una revista cristiana. El escritor hablaba de «Willow Creek», una mega iglesia en los Estados Unidos, muy conocida por su adoración contemporánea, y dijo: «Solo una generación que amó Woodstock podría amar Willow Creek». Los líderes de adoración y los músicos en Willow Creek habrán estado muy complacidos de leer esto, porque eso es exactamente lo que se proponen conseguir. Su adoració fue diseñada para cerrar la brecha entre la iglesia y el mundo, para hacer a la iglesia más aceptable al mundo. Pero de acuerdo con Santiago, hacer que la iglesia se parezca al mundo es hacerla enemiga de Dios.
Y por tercera vez haremos nuestra simple pregunta, ¿por qué querría la iglesia incrementar su instrumentación tradicional y habi- tual, y cambiar su estilo de adoración? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué es lo que conseguirá? ¿Qué pueden lograr las guitarras y la batería? ¿Y qué se agregará mediante la inclusión de trompetas, trombones, tambores, saxofones y xilófonos —que son tan comunes hoy en día? La respuesta tal vez sea algo como lo siguiente: «Esto nos recomen- dará a la generación presente, la atraerá y mostrará que el cristianismo no está desfasado, sino que sí es para ellos, y les dirá que no tienen nada que temer de nosotros». Una respuesta así mostrará que la sepa- ración bíblica de la iglesia para con el mundo ya no se entiende ni se honra. Ambos pueden unirse ahora y eliminar así la ofensa de la cruz. Hemos hecho la simple pregunta de prueba acerca de incrementar los instrumentos y del cambio de estilo musical tres veces, para mostrar que las respuestas por lo general dadas en la actualidad delatan el desliz hacia políticas de adoración estéticas, luego extáticas y por último profanas.
Las tres desviaciones descritas en las páginas precedentes contradicen principios cruciales recuperados en el resplandor de luz del Nuevo Testamento que brilló con tanta intensidad en el tiempo de la Reforma. Se debe ofrecer la adoración en espíritu y en verdad, y no mediante obras habilidosas o mediante el arte. La adoración se debe direccionar desde el entendimiento, siendo nuestro gozo una respuesta a las cosas que en verdad apreciamos —y entendemos— y no un gozo generado y alimentado de manera artificial por medios «físicos». La adoración debe mantenerse distinta de una cultura decadente, impía y mundana. Estos principios nunca se deben descartar ni debemos renunciar a ellos. La manera en que adoramos no es un accidente de la historia, sino la aplicación de principios. No es una cuestión de cultura y generación, sino una cuestión de obedecer y complacer a Dios Padre, a quien se dirige la adoración; a Dios Hijo, en cuyo nombre se ofrece; y a Dios el Espíritu Santo, quien habilita la adoración y la traduce al «lenguaje» del cielo. ¿Tenemos claros los grandes principios de adoración? ¿Los estamos enseñando, aplicando y demostrando? Estas cosas son esenciales si se ha de traer gloria y honra al Señor, y el pueblo de Dios ha de recibir en verdad santidad y bendición.
Reverencia
Existe un cuarto principio básico de adoración que hemos sepa- rado de los tres que acabamos de estudiar porque no hubo necesidad en la Reforma de recuperarlo del todo. A pesar de la falta de since- ridad generalizada de los sacerdotes de la iglesia romana, en general se daban cuenta de que le debemos un respeto profundo y un temor reve- rencial a nuestro Dios todopoderoso. Algunos de los que profesan ser cristianos han esperado hasta ahora antes de decidir que la reverencia es opcional. Este cuarto principio esencial es el tema del capítulo 12: «La Reverencia comienza en el lugar de adoración».
Es un extracto de Adoración en Crisis del Dr. Masters, disponible en Tabernacle Bookshop.
“La adoración está realmente en crisis”, dice el autor. “Un nuevo estilo de alabanza se ha filtrado en la vida evangélica, sacudiendo hasta las mismas bases, conceptos y actitudes tradicionales”. ¿Cómo deberíamos reaccionar? ¿Se trata solo de una cuestión de gustos y época? ¿Se verán ayudadas las iglesias, o más bien serán cambiadas hasta el punto que sea imposible reconocerlas? Este libro presenta cuatro principios esenciales que Jesucristo estableció para la adoración, los cuales debemos usar para juzgar toda nueva idea.
También proporciona un panorama fascinante de cómo se adoraba en los tiempos bíblicos, incluyendo sus reglas en cuanto al uso de instrumentos, y se responde a la pregunta: ¿Qué es lo que enseña la Biblia sobre el contenido y el orden de un culto de adoración hoy en día?

Contenido:
1. Adoración en crisis
2. ¿Adoración Espiritual o Estética?
3. ¿Adoración Racional o Extática?
4. ¿Adoración Sagrada o Profana?
5. Dejemos que el Señor defina la adoración
6. ¿Latón, cuerdas y percusión?
7. Servicios de Adoración en la Biblia
8. ¿Qué pasó realmente en Corinto?
9. ¿Por qué levantar la mano?
10. Cuando nacieron los himnos
11. Normas para himnos dignos
12. Un regalo muy raro
13. Reverencia en la adoración